Cuando nace Estados Unidos, más de dos terceras partes del territorio actual pertenecía a España. Durante los primeros años de existencia, coincidiendo con una época convulsa en España, el nuevo país consiguió multiplicar sus dominios, bien gracias a la victoria en diversos conflictos, bien a pactos con otros estados, como el Tratado de Adams-Onís. 

Con el Tratado de París de 1783, las trece colonias fundadoras se independizaron de Reino Unido formando los Estados Unidos de América: Massachusetts, New Hampshire, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Pensilvania, New Jersey, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia (territorios actuales de Massachusetts, Maine, New Hampshire, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Vermont, New Jersey, Pensilvania, Delaware, Maryland, Virginia, Kentuchy, Virginia Occidental, Carolina del Norte, Tennesse, Carolina del Sur, Georgia, Alabama y Mississippi)

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. Es decir, los estados medianos y pequeños en extensión de la costa este. Pronto EEUU comenzó su expansión hacia el oeste y hacia el sur, territorios que dominaba, sobre todo, España, con las administraciones del Virrenato de Nueva España, la colonia de Luisiana y Florida.

Una de las grandes expansiones que vivió el país en la primera mitad del siglo XIX fue gracias al Tratado de Adams-Onís, firmado el 22 de febrero de 1819 y ratificado en 1821. El nombre se debe a los dos mandatarios que representaron a los estados. Por parte de España, Luis de Onís, diplomático español y por aquel entonces ministro plenipotenciario de España en Washington, y John Quincy Adams, secretario de Estado y, años más tarde sexto Presidente de la nación.

A través de ese pacto, España recibió la plena soberanía de Texas a cambio de ceder Florida y Oregón (cuya importancia era escasa debido a su situación remota). EEUU consiguió llegar a la costa oeste gracias al dominio que adquirió de Oregón, Florida, cuyos puertos comerciales le permitieron potenciar las relaciones comerciales transatlánticas con Europa. El pacto permitió establecer unas fronteras muy marcadas entre ambos países y, aunque ambos consiguieron victorias en algunos puntos, en las relaciones internacionales se percibió como una victoria del joven país americano, que consiguió en apenas 40 años duplicar sus territorios. Tras la independencia de México de España en 1821, este mismo acuerdo sirvió para fijar las fronteras entre el estado naciente y Estados Unidos.